jueves, 5 de noviembre de 2009

Fueron

La llamaste y cuando atendió no te diste cuenta, pensaste que seguiría llamando, pero a la tercera dijo, hable. Tardaste unos cinco segundos, no habías pensado absolutamente ni una palabra, ni siquiera el tono de voz, menos, el motivo del llamado. Discaste por el mero placer de saber que en su casa sonaría el teléfono, te dio gusto apretar número por número, aquellos mismos que marcaste en tu juventud. Pero jamás pensaste en el después. En el nosotros. En el hablamos. En el vos y yo. En el estamos otra vez palabra a palabra, tu boca, mi voz, tu acento, tu modo cerrado, tus eses tan molestas. No pensaste nunca en volver a oirla.
Te presentaste, con nombre y apellido, te sonrojaste, te sentiste ridículo. Ella repitió tu nombre y luego tu sobrenombre. Se atragantó con la saliva y te preocupaste. Las palabras corrián muy lento y como si tuvieras la capacidad, paralelamente tu cerebro habló otra lengua y te torturó, comenzó a perseguirte y de la cabeza pasó a la boca y preguntaste por fin, si le molestaba tu llamado. Con la mano que tenías suelta te apretaste el entrecejo, tratando de hacerte daño, tanto como para sentir dolor y tapar la verguenza que te corría por el cuerpo. Una vez más te sentiste ridículo.
Después de unos minutos cansinos, arduos, dudaste en terminar la odisea telefónica, pero justo cuando ibas a tomar el valor de cortar, ella te volcó una bocanda de aire y la tomaste de un sorbo y avanzaste más jóven y liviano que nunca. Entonces te animaste, comenzaste a entrar en ella y ella te respondió, más hermosa que en toda su vida.
Supiste que era la muchacha del vestido violeta, la que te acompañaba en el asiento de al lado, la que se reía de tus chistes sin sentido, la que te miraba pensando que no la veías, la misma que te dio todo, a la que un día, hace mucho, quisiste.
Se lo contaste interrumpiéndola y ella calló. Pensaste que estaba llorando, pero con toda firmeza no se lo preguntaste, no querías volver a apretarte la frente. La sentiste tomar aire y escuchaste la dulzura de su final. Te dijo que se sentía tremendamente feliz de saber que lo hiciste, que cumpliste la promesa, realizaste tu sueño, aunque haya sido, lejos de ella.

Alejaste el tubo, lo miraste y por un momento te sentiste inmensamente desgraciado.

Entonces recordaste el intringulis de hace 35 años.
La capacidad de olvidar, es proporcional a la de amar?

5 comentarios:

  1. Miranda, leo tu blog con atención, con dedicación, como antes. Gracias por volver al ruedo. Escribís tan bien que puedo leer sin anteojos, mirá lo que te digo!, puedo leer y oír mi voz al mismo tiempo, eso es un placer. A buena-hora que volviste a escribir! Que volviste en general.

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  2. MIranda,antes de empezar a trabajar, todas las mañanas, leo el site de Clarin para ver donde estan atrincherados los enemigos y saber por donde caminar, el Ole para ver si Independiente jugo mejor que lo que vi pot TV, y tu blog para imaginarte escribiendo, lo que me da mucho placer. Disfruto mcho de esto ultimo, no dejes de hacerlo.

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  3. Miranda!! Tus textos me retrotraen. Hablá de cosas que no nos hayan pasado a todos, por favor. Contate algo sobre la historia del helado artesanal, no se... Fijate.
    No nos hagas esto que estamos trabajando y tenemos una vida que llevar!!

    Tati, los enemigos están en los mismos rascacielos de siempre, eh?

    =)

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  4. Martin, no te confies. Ya bajaron de los rascacielos y estan entre nosotros, en la TV, en las radios. Pero no nos distraigamos que Miranda esta escribiendo...

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  5. Encantada de prestar este espacio para el dialogo socio-político...

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