viernes, 27 de noviembre de 2009

Goodbye Karen

Recién llegué a casa, estaba Karen, estudiante americana, en el living con sus amigas. Hoy es su último día en Buenos Aires, ya tiene todo preparado para irse. Hasta el momento no tenía ni la menor idea si eso la ponía feliz o triste. Desconozco por completo qué siente Karen, qué piensa, qué le pasa. Como si fuese un fantasma que vive del otro lado de la pared de mi cuarto.
Sus amigas le daban cartas, fotos, besos. Había torta de chocolate y champagne. Me ofrecieron un pedazo, acepté y corrí a refugiarme en mi cama con el plato y un café con leche.
En eso escucho un especie de llanto, entorno la puerta y espío.
Veo un cuadro increible, cuatro amigas al rededor de la mesa, tomadas de la mano, como si fueran a rezar. Quedé helada. La más rubia lloraba e intentaba hablar. En un inglés acongojado sólo pude entender que se despedían. Y otra vez, miré sus manos, que no dejaban de frotarse los pulgares. Las lágrimas fueron contagiandose progresivamente y como si lo hubieran ensayado, una por una, habló, esperando su turno.
"you were like home"
"you are beautiful"
"realy realy miss you"
"you cant imagine"
"I cant remember how was my life before you, girls"

Entonces la vi a mi hermanastra americana, diciendo palabras que realmente no llegué a escuchar y llorando sin parar, pero lo más increible, era que sonreía inmensamente.
Y entendí, sobrecojida por el llanto yo también, que Karen había vivido una experiencia inolvidable, que no era solo aquella chica callada que cenaba de vez en cuando con nosotros y que se dedicaba a experimentar la noche porteña día tras día, Karen quizá había cambiado su vida para siempre, quizá había descubierto quién realmente era durante todos estos meses, recorriendo Callao, Corrientes, Santa Fe. Quizá Karen esté sufriendo este desprendimiento, tanto como yo. Y nunca, nunca jamás me di cuenta.
Y lloré viendo que estas yanquilandias se despedían tan sinceramente. Se dijeron todo, con las manos, con las lágrimas, con los ojos. No querían desarmar el círculo, como si al hacerlo, todo lo vivido se fuese a esfumar.
Me enamoré de ellas.

Comprobé una vez más, que desde el zócalo, uno no puede ver qué pasa al rededor.

2 comentarios:

  1. Qué escena. Somos todos tan puñeteramente desconocidos. Aunque vivamos pared con pared. Y aunque desconocidos, aunque amurallados, las mismas cosas nos parten al medio de la misma manera. Exactamente del mismo modo. Pero estamos seguros que nos pasa a nosotros, solo a nosotros.
    Un besito Miranda.

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